Antes que nada, quiero hacer una breve introducción. Lo que me une a este proyecto es, primero que todo, la amistad profunda que me une con Vero desde nuestra infancia y adolescencia, y con Vane desde nuestros años de estudios de cine, que me generó un deseo de hacer algo en conjunto. Algo que nos colmara nuestras ganas de hacer algo juntas, algo que pudiera ser útil para los demás, y algo en que pudiéramos desarrollar nuestra búsqueda artística.
Con esfuerzo y tiempo –y desconocimiento- comenzamos a reunirnos y a escuchar a Vane, que nos contaba su experiencia con la enfermedad y sus ganas de hacer algo. Esa semilla fue alimentándose con las nuestras; se fueron uniendo familia, amigos, profesionales, gente con mucha generosidad y pasión que sin interés alguno más que el de colaborar, fue sumando energía e ideas. Y dándonos fuerza para seguir adelante e intentar lograr esta campaña de prevención, que paso a paso está germinando.
En mí, la bulimia pasó por al lado y me acompañó durante varios años de mi vida, sin saberlo. Cuando empecé a interiorizarme sobre la enfermedad, a raíz de este proyecto, me dí cuenta de que durante mi adolescencia y post-adolescencia mi obsesión por bajar de peso y mi complejo con mi imagen eran síntomas de la bulimia. Todos los que hemos pasado por la adolescencia sabemos lo difícil que es esa etapa. Pero también sabemos que estos problemas superan las franjas etarias y sociales. Entonces, hay que tener los ojos bien abiertos. A mí me costó mucho –y aún me cuesta- aceptarme. No es nada fácil. Pero con al menos saber que lo que uno toma como normal puede ser un síntoma de algo más grave –algo tan simple como estar obsesionado por el peso, por ejemplo-, se puede empezar a cambiar, a buscar una salida, a saber que mucha gente lo padece y que es grave, y hay que pedir ayuda. Como uno pueda.
Recuerdos (…que quisiera olvidar)
Tenía una sensación, siempre, de querer estallar y sacar para afuera muchos deseos, pero todo lo frenaba. Yo no era digna. No lo podía lograr. Fantaseaba con dirigir una obrita de teatro con mis compañeros, bailar como una loca en un boliche, hacerme la sexy frente a algún chico que me gustara, decir lo que yo pensaba. Todo eso y más cosas aún, me eran imposibles. Todo rondaba por mi cabeza y no salía de ahí.
Entonces, a la noche, cuando me iba a dormir, pensaba en todas las cosas que quería hacer y no me permitía –sin darme cuenta-, mientras comía las galletitas que había escondido debajo de mi almohada sin que mi mamá se diera cuenta.
La comida. Confesiones de una niña glotona.
Mis hermanos eran flacos. Siempre lo fueron. Yo era gordita y siempre mi madre me decía que me tenía que cuidar. Entonces, la comida era pecado. No podía repetir, no podía comer postres, ni golosinas. Obviamente yo lo hacía, pero a escondidas. Si pedía un plato más, al igual que mis hermanos, la mirada punzante de mi madre sobre mí me hacía sentir culpable, y eso hacía que comiera con más bronca aún. Casi atragantándome. Años más tarde entendí que ella lo hacía para ayudarme, aunque muchas veces los padres se equivocan teniendo las mejores intenciones.
En una época me compraba golosinas y alfajores, y los escondía en una lata grande, que revisaba todos los días y la olía, haciéndoseme agua la boca. Pero mi regla era que los comía una vez que la lata estuviera llena. El festín. Y al vaciarla, volvía a empezar la colección.
Ya de un poco más grande, recuerdo tener atracones golosineros entre un kiosco y otro. Me proponía comprar un chocolate en el primer kiosco que encontrara. Y sabía que en esa cuadra había más kioscos, entonces en cada kiosco, una golosina. Lo malo era que cuando volvía a casa, a la noche, pensaba con mucha culpa en todo lo que había devorado y lo mal que me sentía y me sentaba.
Tengo que empezar la dieta. Mañana empiezo. Así era lo que pasaba por mi cabeza cada noche. No exagero. Me torturaba, y lo peor es que no hacía nada por cambiar. Al contrario, más y más comía, a escondidas. Robaba comida de la heladera, de mi casa y de las casas de amigos de mis viejos, de las casas en las que me invitaban a quedarme, yo abría las heladeras y veía qué podía picar sin dejar rastros. Era un cóctel de adrenalina y culpabilidad que se ve que me daba goce de alguna forma y no podía dejar de hacerlo. Mi madre obviamente se daba cuenta de estas “desapariciones” y ya empezaba a generalizar, siempre era yo la que se había comido el ultimo bocado. Y a veces no era verdad… qué bronca. Ahí, entonces, cuando ella no se daba cuenta, yo volvía a atacar a la heladera. Y así me atacaba a mí. Pero de eso me dí cuenta más tarde.
Pía
Con esfuerzo y tiempo –y desconocimiento- comenzamos a reunirnos y a escuchar a Vane, que nos contaba su experiencia con la enfermedad y sus ganas de hacer algo. Esa semilla fue alimentándose con las nuestras; se fueron uniendo familia, amigos, profesionales, gente con mucha generosidad y pasión que sin interés alguno más que el de colaborar, fue sumando energía e ideas. Y dándonos fuerza para seguir adelante e intentar lograr esta campaña de prevención, que paso a paso está germinando.
En mí, la bulimia pasó por al lado y me acompañó durante varios años de mi vida, sin saberlo. Cuando empecé a interiorizarme sobre la enfermedad, a raíz de este proyecto, me dí cuenta de que durante mi adolescencia y post-adolescencia mi obsesión por bajar de peso y mi complejo con mi imagen eran síntomas de la bulimia. Todos los que hemos pasado por la adolescencia sabemos lo difícil que es esa etapa. Pero también sabemos que estos problemas superan las franjas etarias y sociales. Entonces, hay que tener los ojos bien abiertos. A mí me costó mucho –y aún me cuesta- aceptarme. No es nada fácil. Pero con al menos saber que lo que uno toma como normal puede ser un síntoma de algo más grave –algo tan simple como estar obsesionado por el peso, por ejemplo-, se puede empezar a cambiar, a buscar una salida, a saber que mucha gente lo padece y que es grave, y hay que pedir ayuda. Como uno pueda.
Recuerdos (…que quisiera olvidar)
Tenía una sensación, siempre, de querer estallar y sacar para afuera muchos deseos, pero todo lo frenaba. Yo no era digna. No lo podía lograr. Fantaseaba con dirigir una obrita de teatro con mis compañeros, bailar como una loca en un boliche, hacerme la sexy frente a algún chico que me gustara, decir lo que yo pensaba. Todo eso y más cosas aún, me eran imposibles. Todo rondaba por mi cabeza y no salía de ahí.
Entonces, a la noche, cuando me iba a dormir, pensaba en todas las cosas que quería hacer y no me permitía –sin darme cuenta-, mientras comía las galletitas que había escondido debajo de mi almohada sin que mi mamá se diera cuenta.
La comida. Confesiones de una niña glotona.
Mis hermanos eran flacos. Siempre lo fueron. Yo era gordita y siempre mi madre me decía que me tenía que cuidar. Entonces, la comida era pecado. No podía repetir, no podía comer postres, ni golosinas. Obviamente yo lo hacía, pero a escondidas. Si pedía un plato más, al igual que mis hermanos, la mirada punzante de mi madre sobre mí me hacía sentir culpable, y eso hacía que comiera con más bronca aún. Casi atragantándome. Años más tarde entendí que ella lo hacía para ayudarme, aunque muchas veces los padres se equivocan teniendo las mejores intenciones.
En una época me compraba golosinas y alfajores, y los escondía en una lata grande, que revisaba todos los días y la olía, haciéndoseme agua la boca. Pero mi regla era que los comía una vez que la lata estuviera llena. El festín. Y al vaciarla, volvía a empezar la colección.
Ya de un poco más grande, recuerdo tener atracones golosineros entre un kiosco y otro. Me proponía comprar un chocolate en el primer kiosco que encontrara. Y sabía que en esa cuadra había más kioscos, entonces en cada kiosco, una golosina. Lo malo era que cuando volvía a casa, a la noche, pensaba con mucha culpa en todo lo que había devorado y lo mal que me sentía y me sentaba.
Tengo que empezar la dieta. Mañana empiezo. Así era lo que pasaba por mi cabeza cada noche. No exagero. Me torturaba, y lo peor es que no hacía nada por cambiar. Al contrario, más y más comía, a escondidas. Robaba comida de la heladera, de mi casa y de las casas de amigos de mis viejos, de las casas en las que me invitaban a quedarme, yo abría las heladeras y veía qué podía picar sin dejar rastros. Era un cóctel de adrenalina y culpabilidad que se ve que me daba goce de alguna forma y no podía dejar de hacerlo. Mi madre obviamente se daba cuenta de estas “desapariciones” y ya empezaba a generalizar, siempre era yo la que se había comido el ultimo bocado. Y a veces no era verdad… qué bronca. Ahí, entonces, cuando ella no se daba cuenta, yo volvía a atacar a la heladera. Y así me atacaba a mí. Pero de eso me dí cuenta más tarde.
Pía
5 comentarios:
Querida Pia...
Gracias por tu compartir,No es fácil abrirse como lo has hecho.
pero sé que muchas chicas y chicos se sentirán identificados y la importancia de este blog es justamente tener el espacio para sentirse contenido.
gracias Pia por estar con vane.
cariños
MI
Querida Hijita, soy Marcela, tu MARE como me decis cariñosamente...
Estoy super orgullosa de lo que estan haciendo, porque esto comienza asì, con una idea, una manera de transmitir como son los medios electronicos, y sobretodo, las ganas de comunicar a otras/os, que se puede recuperar la alegria de vivir aceptandonos como somos...
He crecido siendo madre de ustedes, mis preciosos hijos, y sigo creciendo.Y seguramente este espacio invitarà a preciosos seres a abrirse y compartir sus angustias con respecto a si mismas y lo que creen que el espejo les devuelve. Hija de mi alma, todo mi apoyo, y a ustedes Vane y Vero, mi apoyo, mi amor porque son parte de mi familia, y cuando gusten, un relato como adolescente ( que fui hace muuucho tiempo) y como me marcò ese tema para evitar repetir( cometiendo errores)cuando fuese madre. Beso grandìsimo.
Marcela Rèpide
Hola Pia,
Gracias a las tres por la generosidad de compartir algo tan personal, para ayudar a otra gente que pasa por lo mismo.
Suerte con este projecto!
flor courtaux
No puedo expresar exactamente lo que quiero, pero es una gran sensación encontrar en vos la fuerza, que tal vez muchos no tuvimos, al querer hacer y "no poder" haber hecho nada al respecto. De la cantidad de amigos que tengo, un buen número pasó por éstos caminos, y yo misma los he sufrido. Me sumo a la campaña y les deseo una multitud de energía para lo que se propusieron.
Y te robo un espacio para decirte que siempre te he extrañado.
Abrazotes. La amiguita Poli
sabes io soi anorexica (no komo m gustaria pero lo intento) y bulimica (eso si lo soi a la perfeccion) escucho mucho sobre esta "enfermedad" yo no la llamaria asi.....hey uds la usaron i mirense ....el problema creo yo es un limite el cual muchos no se la ponen y como la sociedad familia i amigos kieren kebrantarte solo hacer lo que segun ellos es correcto y sano baaa...
bueno mucho d las cosas k escribes son ciertas ...muxas m pasaron !
aun actuo como una nena de 15 cuando ia tengo 22:S (odio ese numero) bueno esta xvr lo k escriben
bueno m largo xao!
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